domingo, 12 de febrero de 2017

Alma encadenada



No sabía como decírselo. Se sentía cobarde, miserable. Era consciente de que en algún momento de su vida, tendría que acabar con aquello. Había intentado, muchas veces, terminar con eso. Siempre quedaba con esa tercera persona, a escondidas, para poner punto final al asunto. Sin embargo... no sabía aún el motivo, no sabía que le hacía volver siempre a lo mismo. Había algo que manipulaba sus intenciones, sus deseos y volvía a caer una y otra vez. Quizás fuese su debilidad por la fiesta, salir, pasarlo bien, beber alcohol y bailar. Quizás fuese otra cosa. Solo podía saberlo una persona y por desgracia, era la misma que se encargaba de hacer que aquello funcionase... de mala manera. 

Esa misma mañana había enviado un WhatsApp para intentar cortar por décima vez. Recordaba como su pareja quiso mirar su móvil y la forma en que se había negado. Sabía que no habían sido las mejores palabras, que había perdido una oportunidad de oro para contárselo... pero no tenía valor. Era un despojo social, alguien que no se merecía tener a una persona tan increíble a su lado, a pesar de su malhumor, su genio y sus repentinos estallidos repletos de violencia y dolor. La gente que me rodeaba no era consciente de nada... no me atrevía a decirlo, lo camuflaba. Me avergonzaba sentirme tan débil, tan... vulnerable. Sabía que unos pocos me dirían que le dejase, aunque la gran mayoría miraría hacia otro lado. Sí, ellos tenían razón pero... a pesar de que a veces era cruel y dolía mucho, sus palabras eran sinceras. Conocía que clase de persona era yo y aunque me lo repetía mil veces con mil injurias, también me amaba. Cuando estábamos bien, en esos maravillosos remansos de paz, lo notaba. Los demás no lo comprendían, pero nadie podía acariciar tan suave y delicadamente el fruto de sus castigos, de decir con esa voz tan sedosa cargada de amor, culpa y remordimiento lo mucho que lamentaba todo aquello, que no quería hacerlo. Que no podía controlar sus impulsos aunque lo intentaba con todas sus fuerzas. Que esa noche podía salir a bailar, que no se enfadaría por ello. Era su forma mas sincera de pedir perdón... y la aceptaba. Al menos, podría poner fin, ese día, a todo aquello que aún no sabía como había empezado pero que por respeto y amor a mi pareja, tenía que finalizar.

Llegó la hora de la cita, la hora de terminar toda aquella pesadilla que le impedía dormir y empeoraba las cosas. Salieron, como siempre, a tomar algo. Confiaba en que el alcohol, que siempre le soltaba la lengua, le ayudase a controlar los nervios... algo que se combinó de la peor manera posible y tuvo que ir corriendo al baño antes de hacérselo encima. Cuando volvió al cabo de un rato, todo siguió igual. Tomó la nueva cerveza que su acompañante había sacado mientras aliviaba sus necesidades. Esperaba no pasarse con ello, como siempre sucedía.

Pasaba el tiempo y cada vez me sentía mas a gusto. Quizás no era tan malo, después de todo, seguir como estaban. No, no podía pensar eso, no podía seguir haciéndole eso a su pareja. 

-¿Teeh... encuentraas bieeehn? - escuché que me decía su voz, distorsionada por la cantidad de alcohol (¿de verdad que solo dos cervezas podían provocar aquello?).

- Tengo... que ir a casa. - me llevé una mano a la cabeza, el embotamiento era bastante exagerado.

- Entonces... déjame llevarte. - su sonrisa iluminó la noche y deseé todo su cuerpo.

- N-n-no. 

- No seas así, no te voy a hacer nada que no quieras.

Oh, mi cabeza. Qué dolor. Qué embotamiento. ¿Qué me estaba pasando? Aunque no quería que me llevase a casa, no tuve fuerza de voluntad para impedírselo. Me agarró con delicadeza y subimos a su coche... al de un rato, estábamos en la puerta de mi hogar. Buscó mis llaves y entramos. Me tropecé varias veces con las cosas (¿por qué de repente se habían multiplicado todas?), pero gracias a mi acompañante, logré llegar hasta el sofá. 

Me tumbé esperando dormirme y que pasara, de una vez, aquella noche. Sin embargo, ella tenía otros planes y comenzó a soltarme el pantalón. Estaba tan mal que no tuve fuerzas para negarme. Otra vez pasaría lo mismo, otra vez sería incapaz de dejarla... por décima vez, había vuelto a caer en sus garras.

La puerta se abrió de repente y escuché una voz conocida. Mi acompañante se sobresaltó y alejó un poco mientras me incorporaba para ver a la recién llegada.

-¡Oh, mierda..! - mi voz sonó muy lenta y muy tranquila. El alcohol no me permitía hablar mas rápido ni entender lo que ella me decía. Sin embargo, noté que estaba teniendo uno de sus estallidos, aquellos arranques que laceraban mi piel con cierta continuidad. Lo había descubierto, al día siguiente podría contárselo. Seguro que ella lograba frenar lo que me hacía la otra. Se acercó pero no tuve fuerzas para protegerme.

Un dolor terriblemente agudo e inhumano estalló mi zona mas íntima, llegando hasta el tuétano de mis huesos. No pude evitar soltar un grito de puro dolor a la vez que los colores que me rodeaban se volvían mucho mas brillantes, mas llamativos. Había sentido alguna vez un dolor parecido, aunque nunca antes había sido tan intenso. A su lado, casi parecía que cualquier experiencia pasada hubiese sido una caricia, nada grave, nada doloroso. La reacción natural acudió a mi y me encorvé, agarrando mis testículos de forma protectora, mientras notaba como aquel dolor iba expandiéndose al resto de mi ser; paralizándome y torturándome en una interminable espiral de agónico dolor. Sacudió mi cuerpo como un rayo, erizando toda mi piel y llevándome a un estado extraño de semiinconsciencia.

Abrí un momento mis ojos, con la esperanza de entender, en mi aturdida mente, que había sucedido... y hubiese preferido no hacerlo: ella tenía, en su mano, encendido, un taser... me había electrocutado la zona blanda. Me asusté cuando vi que se acercaba de nuevo, con el aparato en la mano, gritando palabras ininteligibles. Su cuerpo hablaba por si mismo y sus intenciones eran claras: iba a darme otra descarga. No me fijé que una amiga suya estaba grabando ni en la mirada horrorizada de mi acompañante... indefenso, desprovisto por completo de mi fuerza, esperé a que llegase la segunda descarga... y con ella, llegó la oscuridad.



*Esta entrada está basada en un pequeño hecho real, en el que una mujer electrocutó a su pareja en los testículos por una infidelidad mientras una amiga grababa el vídeo. Todo el contexto que rodea a ese acontecimiento es inventado. Espero que sirva para no banalizar el maltrato en ninguna de sus formas, ya que tanto mujeres como hombres (aunque sea menor su número y la mayoría de estos casos sean invisibles) son maltratados por sus parejas. El maltrato, sea del tipo que sea, debe ser rechazado y condenado sin importar su género o especie. El vídeo en cuestión: Youtube (original) , Youtube (otro canal) Otros medios: Periódico As ,  El diario ,  Mundo Deportivo

2 comentarios:

  1. No al maltrato de cualquiera de los dos que forman una pareja. La vida es muy corta para empecinarse con quien no nos ama. El amor no se impone, el amor se da.Sólo eso
    Carmen Vargas

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    1. Completamente de acuerdo Carmen :)

      La violencia, sea en la variante que sea, hay que rechazarla. Decidí aprovechar aquel vídeo para intentar visualizar un problema existente y que para muchos solo es visible el que sufre la mujer (es cierto que nosotras sufrimos mas el acoso y la violencia de género, pero también hay un porcentaje pequeño de hombres que lo sufren y son ridiculizados por la sociedad cuando lo comentan).

      Por eso mismo (aunque sea durante un fragmento de tiempo) traté de hacer visible lo invisible y poner la vista en lo que nadie quiere ver y/o aceptar.

      Espero que para algunos sea una «sorpresa» descubrir que el protagonista es un hombre (y no una mujer). Traté de no hacer referencia durante el texto (hasta el final) al sexo del protagonista (así como al de su pareja). Supongo que la mayoría habrán pensado en una mujer.

      Muchas gracias por tu comentario :)

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