lunes, 26 de enero de 2015

Solitaria

Solitaria




Nadie la miraba excepto los cuatro chismosos de siempre. La observaban con miradas interrogativas, preocupados y extrañados por su forma de actuar: ¿Por qué iba sola? ¿Habría quedado con alguien? ¿Por qué andaba de forma tan extraña? ¿Estaría loca..? Preguntas como estas afloraban a las mentes de quienes posaban sus ojos en ella. Sin embargo, la chica no era consciente de aquello. Caminaba por la ciudad sin fijarse en los detalles. Llevaba unos auriculares puestos y su mirada estaba perdida en algún extraño y lejano lugar al que nadie más tenía acceso. Su entrecejo estaba fruncido como si algo le preocupase o anduviese enfadada, lo que contradecía la feliz sonrisa de su rostro. Sus pasos eran erráticos, no seguían un patrón: tan de repente caminaba veloz y apresurada como disminuía el paso que apenas avanzaba. Si la llamaba alguien, no se enteraba a pesar de tener la música lo más baja posible. Lo sorprendente era que no se chocase con nadie, que no se saltase ningún semáforo y que de alguna forma, en su inconsciente, parecía saber a dónde iba a pesar de haber dado dos vueltas a la misma manzana en el último cuarto de hora. 


Se detuvo y alzó la mirada: el semáforo aún estaba en rojo. Esperaría... o quizás no. Nerviosa por haberse parado, empezó a mirar por si venía algún vehículo. Tuvo suerte: no había movimiento y se atrevió a cruzar. En el breve momento en el que atravesó la carretera, pareció volver al presente. Llegó a la otra acera y durante un par de segundos, cerró los ojos con una gran dicha y suspiró. Ya había pasado, podía continuar. No le gustaban las interrupciones aunque sabía que eran necesarias. Relajada, retomó su extraño paseo y volvió a alejarse del mundo. 

Sabía que prácticamente nadie la comprendía. Muy pocos podían entender lo que sucedía, lo que pasaba por su mente, lo que sacudía y estremecía su cuerpo hasta inundarlo por completo. Lo había decidido hace tiempo, el no contar todo aquello: las últimas veces que se había atrevido a hacerlo, las respuestas fueron muy similares: demasiados pájaros en la cabeza, demasiadas mariposas, cosas imposibles y tonterías como para preocuparse o prestarlas atención. Había llegado a la conclusión de que era mejor retraerse en si misma y ser una solitaria según los estándares sociales del momento. Sonrió. Sabía que muchos eran demasiado ingenuos, demasiado limitados, como para comprender lo que sucedía. Era consciente de que muchos juzgaban por las apariencias y no por el interior... pero no les guardaba rencor, si no que más bien, sentía lástima por ellos. Los humanos rechazan aquello que les resulta extraño o incomprensible, lo que se escapa de lo que les imponen. Resulta irónico que luego busquen aislarse de todo eso pagando viajes o escapadas. Avanzaba más y más rápido, sin pararse, como si estuviese molesta. Cuando fue consciente del ritmo desvió el rumbo de sus pensamientos: no quería alterarse por aquello. Sus pasos se frenaron casi de golpe y recordó la última línea de sus reflexiones. Los humanos se conformaban con ser lo que eran, no aspiraban a algo mayor. Toda su visión estaba limitada por lo que les ofrecía su condición. ¿En qué la convertía aquello? Sabía quién y qué era y no había nada en ella misma que fuese diferente de otras mujeres... a excepción de sus anhelos, de sus deseos. La joven ansiaba volar, ser libre, sobrevolar bosques, montañas y cualquier páramo. Acariciar a los animales y reírse con el viento. Tocar las estrellas y hacerse un vestido de brillos de luna. Cabalgar sobre dragones y vivir y sentir mil experiencias mas. Cosas que decían imposibles, irreales... pero que para ella eran una realidad, algo que hacía con mucha continuidad. Como hacía un rato.

Sin previo aviso, un dragón se alzó, envuelto en llamas anaranjadas, soltando un rugido. Ella le miró desafiante y le sostuvo la mirada. Cuando se giró y se lanzó contra ella, ésta saltó y aterrizó en su lomo. Se rió con dulzura y pura alegría y agarró una púa de su amigo. Ambos volaban raudos hacia el amanecer mientras un escalofrío de emoción recorría sus cuerpos: ¿qué les aguardaría allí? No podía esperar a averiguarlo. Simultáneamente, en otro lugar muy lejano, sus pasos retomaron un ritmo frenético, descabellado y su rostro estaba algo tenso, reteniendo una carcajada. Una persona la miraba extrañada por haber recorrido la misma manzana tres veces... pero ella no era consciente de todo aquello: eso estaba demasiado lejos, en algún lugar aburrido, extraño y lejano del que recibía, de vez en cuando, algún aviso. Suspiró de felicidad: aquél era su mundo, su lugar, a donde pertenecía. 

4 comentarios:

  1. viajes mentales gratis y gratificantes? ;)

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    1. Hola Anonimo :)

      Es una posible interpretación de varias disponibles. La mía es distinta pero todas son igualmente válidas. Lo importante es que llegue.

      Un saludo y muchas gracias por tu comentario :)

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